Santa María Huatulco, Oax., noviembre de 2009.- Era yo muy pequeño y el segundo hermano de 8, que éramos entonces. El pueblo de Huatulco era muy pobre, solo unos cuántos pudientes. Casi ningún servicio, ni agua entubada ni electricidad.
En Todos Santos, era un extraordinario ambiente de armonía entre familiares y vecinos. Papá-que entonces era sastre- se encargaba de traer el bejuco para preparar el arco y los hermanos mayores ayudábamos en la colocación de frutas, flores y adornos.
“¡Cuidado piches muchitos con agarrar algo del arco. Eso es pá los muertos, nada más!” decían los papás.
Recuerdo que a los pequeños nos echaba a correr el fuerte olor cuando asaban el chile pál mole; nos hacía toser de manera incesante.
En el pueblo pequeño y polvoriento que entonces era Huatulco, se juntaban por donde pasaras los olores de todo. Del mole, de los dulces de calabaza, papaya o tejocote, del chocolate, del pan de yema, del incienso, de las frutas ¡de todo!
Mamá Ángela y papá Bollo-mis abuelos paternos- hacían pan-yo era su ayudante- y en ésos días lo elaboraban con yema de huevo de gallina de traspatio o de rancho-no habían granjas entonces-.
Mis abuelos me dejaban pintar las “caritas” del pan de muerto, que por cierto se hacían con la maza del pan en moldes de barro y las figuras eran de rey o de reina. Me gustaba pintarlas y mis abuelos también disfrutaban que yo lo hiciera, porqué me esmeraba y me quedaban muy bien.
Mamá y mis hermanas mayores, se hacían cargo del mole y la preparación de dulces de calabaza, papaya o tejocote, así como el chocolate que se hacía con molinillo y que luego habrían de poner en el altar para que las ánimas disfrutaran. Lo mismo se ponían cigarros, bebidas y tamales de iguana, de venado o de puerco. Según los gustos y posibilidades.
Ahí-en el altar- se colocaban todas las imágenes de santos o vírgenes que hubieran en casa- y también las fotos de algunos de nuestros difuntos.
Pero entre todo lo que pasaba, los pequeños disfrutábamos mucho cuando nos mandaban a dejar el “cariñito” a nuestros familiares, vecinos o padrinos. ¡Eso era excepcional!
Ése día, las mamás sacaban del baúl su mejor servilleta bordada-aún con olor a naftalina- pá tapar la canasta o bandeja donde llevábamos el “cariñito”, que contenía tamales y dulces hechos en casa y pan de muerto.
Antes de eso, nos mandaban a bañar al río porque no había agua entubada y así, con nuestras mejores ropitas, descalzos pero limpiecitos y con glostora-o aceite de almendra en el pelo-, hacíamos el mandado.
Y en esa muestra de fraternidad y de compartir cosas, los muchitos terminábamos tripones de tanta comida del día, pues en cada casa, nos daban tamales y chocolate, mientras esperábamos a que llenaran la canasta o bandeja, con el cariñito de respuesta.
Eso si; el día que hacían tamales, era abstinencia absoluta. ¡Nuestras tripas protestaban porque los olores en la preparación de comida, nos provocaban una ¡perra hambre! y solo teníamos derecho a comer puro mole. ¡Pero que tanta hambre pues! Decía mamá. ¡La carne es pá los tamales hijo!
Ni modo. JUUUUUMMMM.- Ahora entiendo que en esa época, estábamos jodidos de dinero pero no éramos pobres, y los niños teníamos espacios de convivencia distintos. Escenarios de apariencia pobre con muchas cosas por aprender y disfrutar.
Por Abdías Vázquez Avelino
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